jueves, 21 de noviembre de 2013

Bitácora de Buenos Aires, día nueve, segunda parte

Después de bailar con la rusa y ver bailar a Mariano con la chica que me recomendó, tomé con calma mi copa de vino y pude observar con detenimiento el lugar. En la Morán hay personas de todas las edades, desde niños que corretean por todo el lugar y ven con curiosidad a los bailarines, hasta los viejecitos y viejecitas que solo van a comer rico y escuchar y ver bailar tango. luego están la mayoría, una mezcla de argentinos y extranjeros, que bailan muy reljados y rodeados de anuncios de tiendas de la zona. Una mecánica, otra tintorería, otra de autobus, una sastrería , es muy simpático y típico, sobre la cancha cuelgan banderillas adosadas a pitas de colores. alrededor del escenario hay focos de distintas luces, rojas, azules, amarillas y verdes que le dan un aire muy simpático al local. Los músicos afinaban los instrumentos y probaban la consola de sonido, se iban acomodando en orden para tocar más tarde. Terminada la cortina decidí salir a bailar, me tropecé con el mozo que llevaba las viandas de comida y traspasé toda la pista de baile hasta llegar a la mujer que me recomendaron. La saqué a bailar y ocultando lo ojos aceptó. Bailamos un primer tango y de verdad que se sintió muy bien. era muy pequeña, de cabello muy negro, su expresión no era muy relajada, se veía mas bien nerviosa. bailamos nuevamente y en su antebrazo izquierdo tenía una cicatriz grande, el brazo derecho lo tenía pintado con un tatuaje, como ropa un vividí y un pantalon pegado que asemejaba a unos jeans. terminó la música y me dijo con una voz áspera y apagada: "te vi que te acercaste, pero al verme sin zapatos te arrepentiste", yo le dije que tenía razón y que lo sentía. ella miró hacia otro lado. sudaba con gotas gruesas pero bailaba lindo, muy rápida y presente, con giros controlados e improvisando con adornos, aunque por la estatura no llegamos a juntar nuestro pecho, sentí en su baile una profunda melancolía. al terminar el tercer tango rehuía mi miraba y veía a las mesas, de un lado y del otro,, ya quería parar, era como si estuviera avergonzada de volver a la pista y sintiera la necesidad de huir de un imaginario castigo. Cuarto y ultimo tango, lo di todo y me puse más juguetón y arriesgado y ella respondió con mucha destreza a mi torpe marca. Cuando acabó la tanda nos despedimos y ella con pasos cortos y rápidos volvió a ocultarse en su rincón, detrás de las mesas. La historia de sufrimiento que debe tener la mujer con la que recién bailé me conmovió y entendí que el Tango también es, con sus letras descarnadas, un lugar para no sufrir solo y que la música puede ser de alguna forma cómplice del dolor, así sus letras tristes y melancólicas cobran mucho sentido. Lo comenté al día siguiente con Ricardo en la Floreal, él es tres veces subcampeón de tango en el metropolitano, un tipo bien bacán y divertido sencillo y acequible. Me dijo que aveces pasa, que cuando un hombre abandona a la pareja de tango, esta no puede recuperarse. Eso también e sentido en algunas milongas, ese machismo y presencia de dominación en lo masculino, ese marcar el territorio. Será así pues el tango, aunque yo me quiera quedar en la inocencia de la Morán, me enfrentaré a esa fuerza arrolladora en otras milongas. Continuaré luego, estoy sin pesos porque compré los pasajes a Mar del Plata, creo que tengo más que contar de la milonga del Morán

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