lunes, 29 de abril de 2013

La Maleva


Son las seis de la tarde y se escucha en el ambiente un tango de una orquesta de los cuarenta, algunos milongueros se han ido desperezando en sus asientos de tarde de domingo. Los rumores comienzan a callar mientras las miradas se cruzan para invitar a bailar. Todavía somos unos cuantos que entre tímidos e incrédulos comenzamos a evolucionar en una pista aún con espacios en blanco de la épica crónica de cada domingo. Como gotas de llovizna otoñal van llegando a la milonga nuevos ilusionados. Cruzaron un parque de más de cien años de bailes y carnavales mientras el barrio murmulla, entre sus casas bohemias de luces trémulas, sus recuerdos de fiestas aristocráticas de balneario congelado en el tiempo. Quienes llegan se van reconociendo, saludando, ofreciéndose simpatía sincera y mezclándose en la complicidad libre y secreta que formamos todos en la milonga. Son las ocho y mientras las campanas de la iglesia llaman a misa, una muchedumbre  acunada en D'arienzo, Biagi, DiSarli, o Lomuto no ha dejado espacios en la pista. Cada uno especial, cada pareja única y efímera  van bailando con lo mejor de su repertorio en abrazos llenos de pasión y sentimiento. Todos buscan esa trascendencia de la multitud para esconderse en ella y encontrar la intimidad con su abrazo. Y la masa enorme hipnotizada por la música se hace una girando avasallante en sentido contrario al reloj. A las diez el anuncio ingrato de la última tanda apura un retorno inesperado a la realidad y la espera de un próximo domingo en La Maleva..

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