domingo, 2 de junio de 2013

Relaciones amistosas

La cosa empieza así: Una mirada barriendo todas las sillas alrededor en busca del encuentro con un par de ojos atentos. Si nos mantienen la mirada, listo, inclinamos la cabeza haciendo un ademán a modo de invitación, de respuesta un movimiento de aceptación o con suerte una sonrisa. Cruzamos la pista a su encuentro, extendemos el brazo y nos ubicamos para partir.
En nuestros brazos una mujer, sintiendo, respirando, con los latidos palpitando  casi dentro de nuestro pecho y transmitiéndonos emociones sutiles que va extrayendo de la música que nos invade. Termina todo con el silencio. Hemos mantenido entre tango y tango escuetas charlas a modo de pausa, de regreso a nuestra atalaya repetimos el ritual.
¿Con quién bailamos?  Su nombre, o no lo preguntamos o no nos acordamos, ¿En qué trabaja? Lo ignoramos, ¿Le gusta el cine?, ¿Leer libros?, ¿Vive cerca o lejos?, ¿Tuvo un buen día?, ¿Es casada, viuda o divorciada? No lo sabemos y no nos importa. Entonces con quien estuvimos esos 10 minutos, recordamos que era rubia o morena, que tenía un lindo abrazo, que te conmovió en aquel giro y que de cuando en cuando apretaba fuertemente su mano a la nuestra, recordamos que bailaba en su eje y sabía esperar, pero contenía una fuerza impetuosa en su pisada que nos gustó mucho. Podemos recordar hasta su respiración que la sentimos en el pecho y en el cuello por su aliento.
Otro día, en el mismo lugar o en otro distinto, no importa, la ubicamos nuevamente, pero esta vez esperamos a una buena tanda, repetimos nuevamente la invitación ocular y ella ya no nos esperó sentada sino que se puso de pié y dio dos pasos impaciente. Encontraste esta vez también emociones placenteras, su corazón estuvo acelerado y el tuyo respondió a todos sus latidos. No nos equivocamos en la tanda, notamos que está disfrutando de la música,  y a la tercera canción nos aventuramos a enredar más los pasos y nos responde, y cuando no, sale airosa con un adorno. ¿Nos dejó esta vez un detalle nuevo de quién era ella? No, nos dejó una sonrisa y reveló nuevos detalles de su capacidad en la pista.
Con el tiempo ya nos habíamos aprendido el nombre, bien porque algún amigo nos lo había dicho, bien porque al repetir casi exactas conversaciones en las pausas lo habíamos aprendido. Pero, a pesar de saludarnos de beso en las milongas, ignorábamos todo lo demás. Entre nosotros sólo habíamos aprendido las tandas que nos gustaban bailar y a lanzarnos miradas cómplices cuando alguien se nos adelantaba a sacarla a bailar justamente cuando tocaban esas orquestas. La amistad llegaría pasado mucho tiempo, cuando coincidimos en alguna clase, o en la fiesta de amigos comunes de la milonga donde el ambiente propiciaba la conversación y también permitía buscar un trozo de pastel o una copa juntos.

Ahora somos amigos, idénticas relaciones amistosas se forman entre los milongueros, primero nos conocemos en un abrazo y dejamos que nuestros cuerpos conversen a ritmo de tango. Después llega la historia y la cabeza. No hemos perdido, eso sí, el ritual de miradas que realizamos desde nuestra atalaya en la milonga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario