domingo, 15 de diciembre de 2013

Bitácora de Buenos Aires, El Ateneo Grand Splendid (recuerdos)

Mientras escribía en Buenos Aires a pocas horas de los acontecimientos, recuerdo que tenía problemas para sintetizar y escoger muy bien los eventos que convertiría en palabras. Ahora, con una distancia de una semana y media, se me confunden en la memoria momentos y sentimientos, es como intentarse ver frente a un espejo empañado y que al reconocer las esquinas del propio rostro intentemos recrearlo. Fue una noche que tomé un camino contrario al de mi piso en Almagro que se lo propuse, la madrugada llamaba al día con el silbido de tímidos pichones y las piernas agotadas, por el baile, porfiadamente perseguían un camino en contra mano. Acompañaba a Asunción a su departamento alquilado, a ella le gustaba caminar de madrugada por Buenos Aires y como siempre escogía andar sola por las calles me ofrecí a acompañarla. La conversación que tuvimos no la recuerdo, pero se trataba de conocernos, de intercambiar impresiones del baile o de la noche, de la ciudad y de sus habitantes. Comparábamos también nuestra vida distinta en distintas ciudades y ella me hablaba de sus planes inmediatos y yo de mis sueños al futuro. Culpable de no hacer turismo en una ciudad desconocida y excitante le propuse que al día siguiente por la tarde fuéramos a conocer el Ateneo, ella aceptó con gusto y me regaló, como siempre hacía cuando le proponía algo, un gesto de desconfianza. Para llegar a su casa cruzábamos las vías del tren en un descampado, donde no había para donde correr, ni lugar para guarecerse, me sorprendía mucho que mi amiga francesa no sintiera inquietud o temor de pasar de madrugada por un lugar así, mientras que yo miraba a todos lados en vigilancia, cómo es que me era fácil confiar en las personas y desconfiar de la ciudad y a ella le resultaba natural desconfiar de las personas y confiar en la ciudad, le adjudiqué esa dicotomía a nuestros respectivos paisajes de origen. Despertándome de repente a las nueve de la mañana, producto de una punzante pesadilla, acepté que dormiría en Buenos Aires menos de tres horas al día. Con una mañana desocupada comencé a escribir y al llegar la tarde resolví alistarme y salir al encuentro del Ateneo y de mi cita. Asunción me propuso encontrarnos en la puerta principal y así lo hice, la ciudad estaba iluminada con un brillante sol y sus transeúntes imperturbables se sucedían caminando a sus destinos. Junto al Ateneo hay una florería a modo de quiosco callejero y al lado un café con las mesas sobre la ancha vereda. La primavera Bonaerense dotaba de flores y colores al quiosco atendido por un viejo con cara de gruñón que envolvía en papel los paquetes llenos de flores de la estación. A mi lado muchos turistas revisaban su cámara de fotos antes de entrar a la librería, mientras en las sillas rojas de director de cine a veinte metros los comensales del café bebían vasos con refresco frío. Si mirabas por encima del invisible horizonte, bloqueado por los enormes edificios de concreto, podías notar la bella arquitectura de esta ciudad expresada por los balcones. Mi observación detallada de la escena fue interrumpida por la llegada de Asunción quien me saludó vestida de turista y no de tango, llevaba un vestido de algodón muy suelto, unos anteojos oscuros y unas sandalias. Sonreí como la única arma que tenía hacia una chica bonita que te saluda ladeando la cabeza y roza con su cabello tu mejilla. Le dije a ella que era la tercera biblioteca más linda del mundo y empezamos a entrar en el humilde hall que nos aguardaba. Mientras entrábamos le dije: “ Te propongo un juego” Otra vez su miradita de desconfianza, “Vamos a buscarnos un libro para regalarnos, yo te busco un libro a ti que pienso disfrutarás leer y tú me buscas un libro a mí”, ella aceptó y me dijo: “ bien ahora nos separamos y voy a dar una mirada”. Ya sabía que libro regalarle, es uno de Mario Vargas Llosa de quien hablamos la noche anterior, ella me había contado que le gustó mucho el libro “Travesuras de una niña mala”, así que se me ocurrió regalarle “El paraíso en la otra esquina” que cuenta la historia de dos franceses: Flora Tristán y Paul Gauguin. Dos personas de biografía enfrentada, en donde la única coincidencia, además de ser familia, era la trágica historia por la persecución de sus convicciones y sueños. El libro transcurre en Bretaña, Tahití, Arequipa y Francia. Me pareció una decisión acertada. Sin prisa en encontrarlo saqué la cámara de fotos y comencé a disparar el obturador. El Ateneo es una librería que se ha convertido en patrimonio de la ciudad, rescata un teatro y en sus palcos se puede coger un libro y sentarse a leer. La coincidencia entre los libros y el estar en un teatro es muy oportuna y dota a las palabras escritas en cada libro de la importancia y sensualidad de una vedette. Nosotros los lectores, en busca de una buena historia, recorremos sus galerías como actores y participes con el fin de interpretar una nueva obra, recrear emociones y llenar de contenido cada palabra escrita. La belleza del local y la excitación de sus visitantes le da al lugar un clima muy especial. Sus detalles artísticos y arquitectónicos, el color marfil de sus paredes y estilizadas columnas, el rojo de sus palcos y sillones, el olor a libro nuevo, el mural de su techo en bóveda y sus detalles en las lámparas conmovían mis sentidos y hacían del conjunto una obra hermosa. Asunción se perdía de mi lado, cuando andaba en el primer piso, ella vagaba por el segundo, cuando andaba yo por los palcos del segundo, la encontraba fisgoneando alguna repisa en el primero, cuando subía al tercero no la veía más y cuando me animé a conocer el sótano y la parte dedicada a los libros infantiles pensé haberla perdido para siempre. Busqué un libro para llevarle de regalo a mis sobrinos, quería algo que puedan entender y llenar con sus cortas experiencias, encontré con la ayuda de la dependienta un libro que se llamaba “Gol” contaba las aventuras de unos niños de barrio, tenía entre sus páginas dibujos en blanco y negro que figuraban las acciones descritas en palabras. Recordaba mi propia niñez y mis propios libros, “Robinson Crusoe” y sus aventuras tropicales, “Popeye el marino” en inglés que leía en la sala de la vecina, cuando las puertas de las casas siempre estaban abiertas para todos, “El principito” y su elefante devorado por la boa que me hacía revisar una y otra vez el rudimentario dibujo. De niño los dibujos me causaban fascinación, pasaba horas frente a ellos, recreándolos y dotándolos de vida y movimiento con la fértil y natural imaginación de niño, que al no conocer el destino de las cosas siempre imagina infinitas posibilidades. Subí por la escalera mecánica que se encuentra debajo de la cúpula. Decidí buscar entonces el libro para regalarle a Asunción y también escoger algo para mí. Quería algo que no fuera necesariamente literatura, ojeé unos libros de política, otros de historia, unos de fotografía. Me decidí por unos cuatro para ojearlos mientras tomaba un vino en la cafetería. Unos de los encantos del Ateneo es su cafetería, ubicada sobre las tablas del escenario, convierte a los comensales en una inacabable obra de teatro, el decorado sencillo de mesas y sillas, los gestos de las personas, el movimiento de las manos, las voces en distintos idiomas, todo un lujo. Subí la escalerilla me convertí por unos momentos en un actor más de la ecléctica obra representada. Me vino a atender una joven muy guapa y vestida con blusa y chaleco, pedí una diminuta copa de vino y abrí los libros elegidos. El de política era muy político y el autor me acompañó en mis primeros sorbos, me hablaba excitado y usando muchos calificativos, con él, el vino sabía un poco agrio. Abrí entonces el de historia que tenía un hermoso diseño en la tapa, la redacción era muy densa y a su autor lo sentí muy soberbio con saco de tweed me hablaba y hablaba describiendo con minuciosidad detalles que para mí no tenían importancia, el vinito entonces me dio sueño. Para cambiar de aires decidí abrir el de fotografía, era muy hermoso y creativo, su autor no me hablaba pero yo lo veía despeinado y relajado, pidiéndose una copa de whisky desplegaba frente a mí su arte, hermosas composiciones de objetos improbables, página tras páginas me mostraba encuadres idílicos llenos de color, le conté que me gustaba mucho su trabajo y que quería poner su libro en mi cuarto y voltear cada día una página para tener algo hermoso y nuevo que ver cada día, él me sonreía y me veía divertido, necesito cosas que me inspiren, terminé. Despedí al autor cerrando el libro justo cuando llegaba Asunción a acompañarme. Juntos compartimos nuestras impresiones y creo que ella sintió, como yo, que había sido un acierto disfrutar de la mutua compañía en el lugar. Le dije: “No encontré el libro que pensaba regalarte” Ella: “Yo tampoco, pero encontré este, ¿lo leíste?” y me mostró “El principito”, yo: “Sí, lo he leído”. Asunción me contó entonces que tuvo una discusión con un dependiente: “ Yo le pregunté dónde estaba el libro y él me dijo que en la parte de libros para niños” yo la miraba muy divertido, continuó: “Este no es un libro para niños! No debe estar en esa sección le dije” y gesticulaba reviviendo el momento, yo le dije: “ No lo es claro, pero yo lo leí a los trece años” me abrió la boca en desaprobación y continuó: “Él me decía que lo busque allí y yo le decía que cómo este libro puede estar en esa sección!” me hacía mucha gracia que asunción intentara reorganizar la enorme biblioteca y no entendía porque se molestaba con una cosa tan pequeña, le dije: “ Es porque tiene dibujitos” y Asunción frunció el ceño, continué: “No tiene importancia, hablemos mejor de lo lindo que es el lugar” y comenzamos una charla divertida. Era gracioso lo diferentes que somos, ella llegó con el diminuto libro que es “El principito” y yo había llenado la mesa de libros para ojear, se lo hice notar y nos reímos. Al lado de nuestra mesa unos turistas hablaban, era mayores, viejos y encanecidos, desprovistos de toda vanidad en sus ropas. Hablaban en Francés y asunción si aviso alguno se puso a hablar con ellos, creo que les contó la discusión con el dependiente por el libro, pues no encontró un buen interlocutor efectivo en mí, ella estaba en postura crítica y ellos resolvieron el asunto prestándole atención. Yo me divertía mucho con la escena y Asunción no había tomado en cuenta que era el espectador de la misma discusión en español y en francés. Al final ritmo se fue calmando y las sonrisas afloraron entre los panelistas. Cuando se retiraban aproveché para pedirle al extraño que nos tome una foto a lo cual accedió con gusto y le agradecí con un “Merci”, una de las pocas 30 o 40 palabras que conozco en francés. Continuamos en la comedia por unos momentos, se agotó el vino y decidimos salir hacia el café Tortoni para cumplir con el itinerario turístico de día. Sólo compré el libro para niños y me lo envolvieron para regalo. Fuera visitamos un par de librerías vecinas, pues quería encontrar el libro para Asunción y además pregunté por la novela gráfica “Fuelle” que quería por todos los medios conseguir. Mala suerte, ninguno de los dos libros encontré, pero en esa búsqueda me topé con un libro interesante, “Ulises” de Joyce. Asunción me miro con cara rara y me dijo: “Intenté leer ese libro y no pasé de las primeras páginas es muy denso”,” lo sé” le dije, “pero no lo compro para disfrutarlo sino para estudiarlo, estoy seguro que en él encontraré la solución a varios problemas cuando intente escribir”. Continuaré luego, ahora me voy a Zipango a visitar a mi ex socio.

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